Las Oportunidades Selectivas



- Adiós, Tadiu

Los niños y niñas que aprovechaban los recios columpios hechos de hierro, cuerdas gordas y madera que Tadiu había instalado en el jardín de su casa alquilada, le saludaban con cariño, porque cariño de él recibían, ya que Tadiu era amante de la infancia e invitaba a menudo a toda aquella jarca.

Cuando Sabanda lo vio por vez primera, se fijó en sus facciones sureñas, algo exóticas y en su figura estirada.

Ese cuerpo de piel clara y sin embargo bien moldeado, no casaba con la cara de facciones negroides.


Y cuando ella notó la sonrisa esplendorosa que él dedicó a uno de los niños, llegó incluso a pensar si no sería un poco lerdo, cosa que no le disgustó, ni mucho menos, porque a Sabanda siempre le habían gustado los niños discapacitados intelectuales, a los que antiguamente se les llamaba tontitos.

Ella siempre había sentido un afecto instantáneo hacia ellos y muchas ganas de protegerles de todas las miserias por las que iban a tener que pasar, a veces sencillamente a causa de las actuaciones de quienes más los quieren.

Quizá esta imagen primera había influido en Sabanda más de lo previsible y llegó a medio enamorarse de un mozo mayor que ella, con un físico exótico, en parte y con un cerebro distinto del de los demás, o al menos, eso parecía.

Sabanda le miró unos segundos, pues el aspecto y la buena disposición social de Tadiu eran extraños y escasos.

Nunca había visto un hombre así, que parecía solitario y que sin embargo saludaba a todos, con una sonrisa de dientes en simpática hilera blanca y un poquito separados.

Y aquella mirada de Sabanda un poco impertinente, no cayó en el vacío ni mucho menos, porque Tadiu andaba buscando una chica que le gustara.

Él era muy joven y Sabanda era una niña, pero los dos estaban solos y libres de amoríos.


Con estos ingredientes tampoco es tan extraño que acabasen juntos por un tiempo.

Además, los padres de Tadiu eran ya mayores y no querían moverse de su piso en la ciudad, así que él pasaba las vacaciones sin compañía alguna en aquella casita y estaba hecho un hombre con todas las letras que cocinaba, recogía y limpiaba sin sufrir ni padecer, cosa que a Sabanda le parecía muy bien y le dejaba en trance o hipnotizada en profundidad, porque todas le habían asegurado que ningún chico era capaz de hacer bien aquellas cosas.

Sí, Tadiu hipnotizaba de mil maneras a Sabanda que era muy inmadura la pobre, y aunque no era tonta a las claras, tampoco había aprendido a canalizar sus aptitudes intelectuales como hubiera debido a la edad de diecisiete años, con los que se sentía como una mujer al completo y la pura verdad es que no lo era en ningún aspecto, era una niña bien y nada más.

La casualidad es que a Tadiu las niñas bien le ponían como una moto y aquella fresca tarde de primavera, estando en las Rocas de la Central con todos los amigos, miró con ojos de babuino en celo a Sabanda que se encogía aterida por el frío de la sierra y ella al ver que un varón con barba la miraba con posibilidades de lío, empezó a posar como buenamente podía, pues no era una niña de pose amanerada en el ligoteo, sino que por el contrario, solía no intentar atraer la atención de forma afectada y superficial y dejaba que los chiquillos se le acercaran o no muy libremente.

Pero en épocas de vacas flacas, como aquella, gustaba de utilizar cierta extravagancia en los ademanes.

¡Pobrecita Sabandija! Se había quedado sola en vacaciones, pues los amigos eran sus compañeros de estudios.

Y ahora que sus padres habían estrenado la casa más bonita de aquella colonia veraniega, se encontraba con los niños que conoció y con los que jugó en su infancia, que habían crecido una barbaridad y que por supuesto, había que tratar con una pequeña dosis de desprecio, otra de recelo y bastante de distanciamiento.

¡Fuera confianzas, que ya soy mayor! Ya no podemos jugar a que nos levantéis las faldas a las chicas, ni a sacarnos la lengua.

Pero lo cierto es que sin saberlo se había quedado absolutamente expuesta a las redes que Tadiu iba componiendo, sabedor de las parejas que estaban ya formadas en aquella colonia de veraneantes, donde él debía atrapar a su pieza quieras o no, porque el joven tenía una vida social muy restringida fuera de aquel ámbito, donde sin embargo poseía una gran joya: la casa donde él habitaba solo.

Tadiu no había jugado con Sabanda cuando eran pequeños.

Quizá fueron los cuatro años de diferencia que los separaban, o la distancia considerable entre las casas alquiladas de ambos, o muy probablemente que Tadiu no jugaba con niñas, a causa de una educación estricta y puritana.


Ante aquella mirada pedigüeña que Tadiu le dirigía pertinaz, Sabanda comenzó a pasear por aquí y por allá con gesto pensioroso de universitaria recién estrenada y haciendo como que había resuelto un problema de grandísima enjundia, soltó cualquier pedantería recién aprendida en su facultad, de pronto dijo en alto: -¡Es correcto, sí, es válido! Ella ya no usaba el primitivo verdadero o falso de los hechos comprobables, ahora se interesaba más por los argumentos y éstos debían ser válidos o falaces.

Y ella no quería aparecer como una sofista barata, a pesar del numerito aquel que estaba montando.

Tadiu interpretó que semejante exclamación era una invitación al acercamiento después de su mirada de monito desconsolado.

Esos ojos pequeños, pero chispeantes, tuvieron la suficiente osadía y ese cerebro de imposible chimpancé genial, supo aprovechar la ocasión.

Cerebro de chimpancé no tenía Tadiu, sino que era muy capaz y creativo y gracias a su inteligencia y audacia, aparte de una gracia medio andaluza, desconocida para la elegida, se ganó en poco tiempo la atención de Sabanda, quien tuvo que renunciar a ser la novia de un borderline.


II


Pero las cosas en la vida no suelen ser tan fáciles a la hora de acoplar parejas con cierto futuro y menos, cuando uno de los componentes pretende ser el listo y en realidad es el ignorante, el carente de criterio propio y de autonomía.

¡Ay Sabandita! Cómo lo tienes todo tan claro, si no sabes nada.

Ten cuidado con Tadiu que está en una edad en la que la abstinencia es ya una auténtica renuncia, cuando no una tortura y ten cuidado con esos humos, que se te van por tus pensares y por tu boca, porque puedes salir maltrecha.

Malparada venía estando ya Sabanda, por un amor pasado que le había sumido en una gran tristeza y lo que es peor, le había dejado convencida de que nunca más en su vida podría volver a enamorarse.

A lo sumo, si se sentía sola, podría dejarse acompañar por un mozo que fuera simpático y que la quisiera.

Acabadas las vacaciones de Semana Santa y aprovechando que ya con sus amigos de antaño no tenía nada que hacer, pues no había podido llegar a nada excitante con ellos y como Tadiu reunía las condiciones, empezó a conversar cada vez más con su Romeo y quedaba con él por las tardes para pasear, charlar y tomar un café.

Tadiu, muy discreto, no se lanzó a la primera, sino que estuvo observando a su presa durante bastante tiempo:


1.

-Intentando ver si se ablandaba para terminar de una vez el juego de la seducción y pasar a mayores.

2.

- Para ver interesadamente si le convenía a corto, medio o largo plazo y 3.

- Para ver si la cazaba bien, bien amarradita, tanto que nunca, nunca se atreviera a revolverse contra la autoridad establecida por la naturaleza.

Y todo ello, hasta llegar a alcanzar su objetivo que al final resultaba ser casi totalmente de índole sexual ya que de momento, no contemplaba la posibilidad de una relación con compromiso.

Sabanda se dejaba querer, pues era el motivo de su existencia: que los demás la quisieran, sin preocuparse mucho de devolver los favores y cariños.

Tenía muy mal aprendidos los asuntos del amor y había que quererla mucho o tener otros motivos, quizá espurios, para aguantar con ella al menos unos meses de relación semiíntima.

Era muy crítica, pero no al estilo de los filósofos que intentaba imitar, sino al estilo fanfarrón e irascible de los chulos con mal carácter.

No era de momento una buena persona Sabanda y no está claro si merecía un buen compañero, aunque la gracia de sus proporciones, lograran conquistas muy por encima de lo esperado.

De todos modos y para explicarnos, habrá que tener en cuenta su infancia y adolescencia desdichadas, la falta de cariño de la que adolecía aquella adolescente pequeña por dentro y por fuera, para poder llegar a la conclusión de que sí aprovecharía y bien, una buena oportunidad.

Y le llovían.

La cuestión estaba en si iba ella a ser capaz de seleccionar la mejor, o una de las peores en un proceso químico y afectivo que como explica el gran maestro Goethe transcurre entre afinidades electivas (34) Tadiu se presentó como una oportunidad para amar y no estar sola en un momento muy adecuado y aunque ella había hecho una valoración previa a todo conocimiento racional y basada sólo en su poderosa intuición, poco a poco se fue desdiciendo de sus prejuicios y fue viendo en la cara de Tadiu no un monito gracioso y algo bobo, sino a un hombre perspicaz y bastante bien educado, dentro de lo que cabe esperar de un jovenzuelo en nuestra cultura de vándalos.

Sabanda se dio cuenta por fin, que una vez más iba por detrás de su amigo y relegó este hecho a su inconsciente más recóndito, quedando en su conciencia la negación de tan feo asunto y la afirmación de la evidencia de estar ella situada intelectualmente bien por encima de Tadiu, quien permanecía ajeno a todas aquellas consideraciones.


Estos pensamientos sumamente tradicionales, esta manía de colocar a las personas según su valía, la había mamado Sabanda, dios sabe dónde, teniendo en cuenta su filiación política izquierdosa bastante ambigua por cierto, que le dejaba la opción de seguir creyendo que era más lista y perfecta que nadie, al tiempo que defendía con ardor la igualdad de derechos y de oportunidades para todas las niñas y mujeres y para todos los desdichados y parias de la tierra y sin que todo esto le resultara nada contradictorio.

Tenía además justificaciones para todo: que si los chicos lo tenían todo más fácil, que les regalaban los sobresalientes en las carreras de letras por ser chicos, que se les apreciaba más en todos los ámbitos sin de verdad merecerlo, etc.

Su vena feminista radical, como es propio de las muy jóvenes, había sido desarrollada y alimentada en un ambiente no sólo machista sino a la vez misógino, intragable para la preclara mente de una Sabanda todavía sin hacer.

Tadiu por su parte no se quedaba corto.

Supo esperar el tiempo necesario hasta conseguir la blandura que esperaba de aquella gema en bruto, meta que se había fijado en la primera fase de seducción.

Y mientras tanto, no se quedaba parado, mirando las bonitas estrellas que aún entonces se podían ver reluciendo en la noche.

Había que investigar con profundidad y rigor científico qué clase de persona era realmente Sabanda.

Si era superficial o profunda, si cariñosa o fría en los sentimientos, si egoísta o sacrificada.

Tadiu prefería fiarse de un diagnóstico serio que del de su propio corazón.

Y con este motivo un día le trajo a su amiga un test psicológico de personalidad, artefacto ultracientífico de la época, que le había proporcionado un allegado estudiante de psicología.

Sabanda, creyendo que era un juego, lo rellenó concienzudamente y con sinceridad, con lo cual obtuvo Tadiu un recurso valioso para analizar a su futura amante y ver si serviría para novia formal.

* Inclinación hacia las cuestiones intelectuales o a las cuestiones prácticas: Un diez en intelectualidad y un cero patatero en las cosas de la vida.

* Inclinación hacia los demás o hacia sí misma: Un seis para sí misma y un cuatro para los demás.

* Sentimientos propios de las féminas genuinas, versus aficiones de otro tipo: Un dos para el amor a niños, animales y para cuidar al prójimo y un ocho para intereses de otro tipo, menos apegados a la vida familiar.

Y así sucesivamente con los diversos factores que parecían conformar la personalidad de los humanos hace treinta años.

Con la ayuda del psicólogo pudo ver Tadiu el lado oscuro de Sabanda, quien apareció como una novia poco deseable, volátil, etérea, poco cárnica, demasiado preocupada por lo intelectual, poco maternal y poquísimo amante de las tareas del hogar, además de tal volubilidad y poca disponibilidad, había que tener en cuenta un cierto egocentrismo, mal visto por entonces en las mujeres jóvenes o viejas.

Y Tadiu decidió que Sabanda no era la mujer de su vida, pero que, como estaba buena, le venía de perlas para descargar la energía que le proporcionaban sus hormonas y otras sustancias gestionadas por su organismo, mientras esperaba que llegara aquella amante esposa que pudiera cumplir con su papel debidamente o encontrar la eterna novia que no exigiera un contrato matrimonial para quedarse sentadita esperando en el vestíbulo del laboratorio del afamado científico que él pretendía llegar a ser, incluso sin abrir un libro.



III


De Sabanda por su parte, no podemos decir sin faltar a la verdad que fuera un ángel con el corazón partido, sino que más bien sacaba partido de su relación con Tadiu, a quien había convertido en su maromo de compañía, para pasar el rato sin obsesionarse demasiado por aquel pasado amor no consumado que aún le hacía sufrir un poco.

Y aquel desapego amoroso conservó la objetividad de la niña y permitió que el cerebro casi hueco de Sabanda en lo que se refiere a los sentimientos, advirtiera las intenciones oscuras de su amigo y futuro amante a quien desenmascaró sin necesidad de test alguno, pues era demasiado evidente la intención que su amigo llevaba con tanto formulario y las pequeñas y veladas reprimendas que solían seguir a la recepción de los resultados.

¡Vaya pareja! Tan jóvenes y tan descastados, pensaría cualquier romántico con inclinaciones idealistas.

Pero Sabanda y Tadiu eran gente de su tiempo, incluso podría decirse que en muchos aspectos, más avanzados que la mayoría y eran prácticos, no estaban enamorados, pero deseaban iniciarse en los asuntos del amor adulto, porque el amor adolescente, producía un dolor agudo procedente de las gónadas de cada cual, que no era deseable para ninguno de los dos.

Se conocieron al principio de la primavera y empezaron a salir a finales.

En verano ya entraban a escondidas en la casita alquilada por los padres de él y comenzaron a explorar cuerpos y sentidos.

* El sentido de la vista - Qué guapa eres, decía Tadiu cuando por fin contemplaba el pecho de su amiga, libre del sujetador.

Y Sabanda se preguntaba qué se habría esperado su amigo y por qué le decía eso justamente en ese momento.

Aún no sabía nada de la importancia desmesurada que los chicos conceden a las glándulas mamarias y su envoltorio.

- Pues claro que soy guapa.

* Los sentimientos Él en el fondo hubiera deseado una pizquita de romanticismo, pero con Sabanda sólo pudo llegar a la ternura cuando le decía: - Qué te quiero y ella preguntaba: - ¿Cómo? - Sí, es que en mi tierra lo decimos así, significa cuánto te quiero.

- Anda ya, pero si tú eres de aquí, igual que yo.

Eso te lo has inventado, seguro.

A pesar de sus palabras, ella recogía de muy buen grado aquellas pequeñas expresiones de amor.

La sabandijilla, sin embargo, no se pronunciaba y permanecía fría como el hielo para los sentimientos que nunca hacían acto de presencia ni en sus ademanes, ni en su lenguaje, ni en sus actos.

Sabanda no había aprendido a amar, porque no le habían enseñado.


* El tacto se fue desarrollando sin problemas pero con sorpresas muy grandecitas: Sabanda no había tenido aún acceso por vía visual ni táctil a la enseña de la virilidad y cuando por primera vez en su vida palpó por dentro ese trozo concreto de carne, se quedó de piedra, pues a pesar de los vaqueros apretados de Tadiu, la susodicha pieza pugnaba por alcanzar su estado más satisfactorio y se revolvía en sus estrecheces como un hermoso bebé colocándose adecuadamente para nacer.

- No sabía que era tan grande, le confiaba a su mejor amiga, un poco más experta.

Y su amiga le ponía al corriente: - Bueno, eso es que has tenido suerte y leían juntas un libro sobre sexualidad que explicaba todo con una claridad pasmosa.

Qué lejos quedaban los tiempos del famoso Mono Desnudo, libro muy conocido que dedicaba un solo capítulo a la sexualidad humana, pero con el que Desmond Morris quizá sin habérselo propuesto, había ayudado a muchas españolas y españoles o periféricos.

- Pues si es tan grande como dices, verás cuando lo veas.

Entonces se estilaba hacer uso del tacto en primer lugar y cuando ya había confianza y ambos iniciados, conocían lo suficiente sobre el sexo de su parejita, entonces se podía empezar a pensar en visualizar, más que ver, el cuerpo del otro.

Y es que primero, como digo, se miraba por partes, poquito a poco, hasta que sin darse cuenta, se encontraba uno en cueros delante del otro y ya se podía pasar a la fase de los contactos cautelosos con la boca en las diferentes partes del cuerpo, salvando las distancias con las áreas pudendas.

Cuando Sabanda tocó el pene de Tadiu, se asombró, pues él lo tenía constantemente en erección, mientras estaba ella presente y no imaginaba que algo tan pequeño y flojito, como lo que había observado en las estatuas de Miguel Ángel, pudiera convertirse en aquella dedicatoria fálica a la hermosura.

Y al descubrir que existía esa transformación mágica en los varones cuando estaban en su punto, dedujo que se podría descubrir el punto de los varones tan sólo con mirar discretamente, pues tal metamorfosis ropa hacia dentro, no era posible que pasara desapercibida ropa hacia fuera.

Y cuando empezó Sabanda a mirar hacia abajo a los varones excitados, se dio cuenta de lo mucho que se notaba lo que estaba intentando averiguar y lo mal que sentaban aquellas miradas grotescas, de puro inocentes, al importunado en su intimidad y Sabanda no pudo pedir disculpas, porque hubiera sido todavía peor, pero decidió no volver a mirar, al menos conscientemente, más que nada, por evitar conflictos con colegas que seguramente también tendrían su corazoncito.

De la misma forma cuando Tadiu pudo ver a su amiga desnuda, como una Venus recién salidita del mar, se dio cuenta de que ella era más guapa de lo que había imaginado y que la gimnasia que había practicado en el cole, le había servido para afirmar toda la carne de su cuerpo con un momento de inercia admirable, cosa rara en las jóvenes europeas de una época, en la que la carne humana caía en la flaccidez demasiado pronto, cuando ya no se podían cumplir los quince y aunque no se hubieran cumplido los veinte.

Ambos amigos pasaron el verano muy entretenidos conociéndose en cuerpo y espíritu y si bien, al principio, hacían mucho paripé, yendo de excursión con los amigos, simulando como podían la mutua exploración que de sus cuerpos hacían, acompañándoles al pueblo cercano, para cambiar de aires y montando en moto para ir un poco más lejos, pronto empezaron a utilizar asiduamente como nido amatorio y de investigación, la casita de Tadiu, que quedaba cerrada a cal y canto, como si allí no hubiera nadie y ponían en la puerta un ingenuo cartel: Nos hemos ido Lo cual provocaba las iras de los más victorianos, las risas de los más sabihondos y las envidias de propios y extraños, que no se atrevían a pedirle el maravilloso cobijo al afortunado Tadiu, quien volvía las fotos familiares del revés en cuanto llegaba a casa con su Venus, tostadita por el sol.

Sabanda no recordaba las palabras de su amiga en cuanto a la visión de un pene grande y cuando por vez primera lo vio, no le incomodó en absoluto, pues pensaba que era lo normal y Tadiu que esperaba una exclamación de júbilo o algo parecido, se quedó muy mustio ante la indiferencia de la sabandija que ya se imaginaba lo que había, por haberlo palpado previamente.


Tadiu sí sabía que siendo ella virgo y él superdotado, podría haber algún problemilla el día "D" del primer coito.

¡Ay Tadiuti! Cuántas preocupaciones sin razón.

Ser el hombre, el mayor y más experto.

Cuando podías haber compartido con Sabanda todos aquellos tejemanejes que te traías y te llevabas.

Como Sabanda vivía en la inopia, el muchacho precavido trajo una especie de manual del sexo, para leerlo con su amiga e hizo mención especial a la parte en la que se explicaban los diferentes tipos de contactos que se podían provocar, según el tamaño de los genitales de ambos amantes.

- Porque si se unen una mujer con una vagina estrecha y sin estrenar y un hombre con pene grande, puede ocurrir que se produzca alguna lesión de cierta importancia, explicaba Tadiu.

De esta forma conseguía él, orgulloso, ir poniendo sobre aviso a su partenaire de la suerte que había tenido por una parte y de los riesgos que se podían correr, por otra.

Sabanda seguía sin enterarse e iba exclusivamente a su bola.

Ella estaba más preocupada por si era cierto que las mujeres de verdad, tenían orgasmos vaginales y si ello era así, por qué ella no era una mujer de verdad.

También le interesaba mucho la relación que pudiera haber entre la insatisfacción tras la meseta, momento que puede ser largo, de excitación cercana al máximo en la mujer y que normalmente precede al orgasmo y el dolor espantoso de ovarios en la siguiente menstruación, si no se ha resuelto placenteramente.

Tadiu era capaz de satisfacer sus ansias de goce al más alto nivel y dejar a Sabanda plantada.

Y lo hizo en dos ocasiones y ella tuvo que aguantar los dolores de parto siendo aún virgen y algo mártir.

Ya vio ella a las claras que este asunto del sexo es más peligroso de lo que parece, aunque te busques un chaval bueno, cariñoso, cuidadoso, responsable y sano, siempre habrá un riesgo de que te apliquen la Ley del Más Fuerte, preferida de los Sofistas y denostada por Sócrates y Platón.

Tadiu no llegaba a la categoría de los Sofistas, sino de un chaval un poco egoísta y quizá cobarde que no quería bajo ningún concepto que su novia se llegara a creer en posesión de algún derecho: Ella debía aprender que no tenía derechos, que disfrutaría de su virilidad, mientras él quisiera y cuando él quisiera y se lo demostró dejándola sola en el porchecito de la casita serrana, después de haberla excitado con un numerito de esgrima sin florete, mucho mejor que cualquier estriptis de éstos que se ven en la tele.

Estaba ella allí recostada en el porche y él comenzó a rodearla y merodear en derredor como un conejito suave y cariñoso.

Luego agarró una varita que utilizaba a modo de estoque y dijo: - Mira, lo que aprendí en esgrima Y Tadiu comenzó una danza alucinante sin dejar de mirar a su presa a quien hipnotizaba como quería, pues era de voluntad débil y no se daba cuenta del dominio que él tenía sobre ella.

Por el contrario, Sabanda estaba encantada por ver bailar aquel cuerpo que iba apreciando más cada día, por disfrutar de la belleza del contorno de sus hombros, de los rasgos de sus ojos, el cuello, maravillosamente esculpido en carne y hueso, y la movilidad y elegancia al moverse.

Ella se incorporó a la danza, abandonando la poltrona y consiguieron unos preliminares, un ritual nunca explicado en los libros, sino creado por ellos mismos.

Cuando la danza del sable sin música, hubo terminado, Sabanda se lanzó en brazos de Tadiu, sintiendo por vez primera que le amaba más de lo previsto.

Y Tadiu la apartó con dulzura: - He quedado para jugar al tenis Sabanda lo miraba y no creía lo que estaba oyendo.

- ¿Y me vas a dejar así ahora? Pero si me has puesto como nunca.

Oye, un ratín nada más.

- Mira es que no puedo, de verdad.

No creo que tarde mucho Es verdad que Sabanda era muy absorbente y quería que estuviesen mimándola todo el tiempo, pero Tadiu en lugar de hablar del asunto con ella, decidió contarlo a los amigotes y ya sabemos lo fanfarrones que se ponen algunos.

- Eso se corta de raíz - Vamos, pero ahora mismo -Tienes que hacerle saber quién manda - Bueno, pues si no, al menos tendrás que dejar claro que tu tiempo te pertenece sólo a ti - Bueno, pues al menos una parte de tu tiempo - Y que te vas cuando te da la gana - Eso, cuando te da la gana - Como a los bichos, a las tías hay que enseñarles como a los bichos, que si no, se te suben a las barbas y ya no puedes con ellas, que están muy creciditas.


Bueno, como a los perros no, pero utilizando el palo y la zanahoria - Sí, le enseñas la zanahoria, ja, ja, ja, se la enseñas y luego te piras sin dársela Y Tadiu se lo tomó al pie de la letra y preparó el numerito de la esgrima.

Sabanda se sintió humillada justo en el momento en que había sentido algo más por Tadiu.

Aquel detalle no pudo pasarlo por alto y se quedó donde antes estaba: Tadiu un amigo con quien practico y aprendo, nada más.

Y como se pase de la raya lo planto y que se busque una sufridora, a ver si la encuentra.

Tadiu no se daba cuenta de que no tenía a Sabanda tan encandilada como para poder dominarla.

Ella estaba aprendiendo mucho y antes preferiría quedarse sola que someterse a un chaval en plan ordeno y mando.

Siempre, desde que la madre naturaleza le dotó de cuerpo y mente de mujercita, se había sentido reina y señora de su propia vida y no pensaba renunciar a tan fantástico señorío tan difícilmente conquistado, pasara lo que pasara.

No iba a dejar que nada ni nadie volviera a maltratar su vida.

Además, no estaba con Tadiu por amor, sino por falta de cariño y compañía.

Él podía hacer lo que quisiera con su tiempo, sus amigotes y su vida íntima.

Ella lo echaría de menos un tiempo, pero muchos y mejores estaban haciendo cola para ocuparse de ella.

Es lo bueno que tiene ser joven y bella, que aunque no valgas mucho, todos se pelean por ti y nunca estás sola.

Sabanda olvidó el incidente del baile de la esgrima y el fuerte dolor de tripa que éste le ocasionó y siguió con su aprendizaje por pasos tal como lo había diseñado el bueno de Tadiu, aconsejado a su vez por un hermano portentoso que tenía.

Ya se habían visto enteros y ninguno de los dos puso pegas, más bien al contrario, porque ambos tenían buen cuerpo y ganaban estando desnudos, al contrario de lo que suele pasar a los humanos de nuestra civilización occidental, que lleva milenios privando a sus gentes del contacto placentero con la naturaleza y de la musculatura que ese contacto desarrolla.

Tadiu y Sabanda habían nacido blancos, pero pertenecían a una generación en la que los profesores de Educación Física se tomaban con relativa seriedad su trabajo y les pusieron el cuerpo a puntito para gustar y atraer al contrario más querido y deseado.

En verano, no había más que quitarse las dos piezas del bikini o el taparrabos de baño, con lo que la operación era bien sencilla, cuando había ganas o algún juego erótico había tenido lugar previamente.

Tadiu aprovechó que Sabanda se había recostado en la cama, en ademán de descansar un poco, cuando dulcemente se acercó a ella y le dijo: - Qué bonita estás, eres bella de veras.

Le retiró suavemente el sujetador y tomó los pechos, uno en cada mano, como si fueran suaves y frágiles gazapitos.

Después de dudarlo durante un tiempo, acercó su boca a uno de ellos, lamiéndole con suavidad y Sabanda, a quien nunca nadie le había hecho eso, sintió una nueva sensación muy digna de mención.

Un placer nuevo, mucho más suave que el orgasmo, que ella conocía desde hacía tiempo, un placer dulce y no desbocado y descontrolador, bastante parecido al que se obtiene en la contemplación de un ser amado, sea novio o familiar o amigo, que te quedas como pasmado por la suavidad del sentimiento que te llena.


Pasmada e ida completamente se quedó Sabanda, cosa que a Tadiu no le gustó, pues si tan placentero resultaba aquello, y su pareja se marchaba mentalmente de paseo, vete a saber dónde, él perdía el control de la situación y de Sabanda, por lo que decidió no abusar de la experiencia recién descubierta para obtener también él su parte, pues ésta le interesaba bastante más, como había demostrado y seguiría demostrando en el futuro.

Se cuidaba mucho el lenguaje en semejantes, delicadas situaciones, porque si Tadiu dice a Sabanda algo así como: - "Estás buena, Uhh", Sabanda se hubiera asustado mucho y se habría vestido instantáneamente, ante aquel signo expreso de machismo.

(Entonces el machismo se reconocía sólo en el lenguaje y en las formas y no en las actitudes, la dominación y la violencia).

Se hacía mucha publicidad sobre la terminología no sexista, pero no estábamos enterados de las palizas que recibían a diario las esposas, novias, hermanas e hijas.

¿Qué buscaba Sabanda en aquella relación con su amigo Tadiu? Buscaba estas tres cosas, por orden de preferencia: - Cariño - Compañía - Sexo - ¿Y Tadiu, qué buscaba? - Sexo - Sexo y - Sexo Como se puede ver, estaban algo descompensados, pero al menos, la descompensación era sólo parcial, pues en muchas parejas el problema es grave, cuando uno se enamora perdidamente y el otro únicamente está descargando su energía libidinosa.

En estos casos se puede esperar cualquier final que no tenga nada de saludable.

Lo de Tadiu y Sabanda sin embargo, se arregla de maravilla con un acuerdo tácito: - Tú me das el sexo que necesito y yo te doy el cariño que precisas para poder seguir viviendo.

No hacían falta negociaciones, ni conversaciones extra o detrás de las bambalinas.

No tuvieron que poner la grabadora, ni bajar la campana del silencio (38).

Todo se comprendió desde el principio sin más.

Tadiu no quería meter la pata y se andaba con mucho cuidado, cuando Sabanda cumpliera los dieciocho, ya se pensaría en algo más fuerte, mientras tanto, era una niña a quien cuidar el cuerpo y los sentimientos.

Más teniendo en cuenta la posición social alta de la niña, que gustaba por definición al chaval, pero que al mismo tiempo, le preocupaba lo suficiente como para no olvidar las formalidades.

Y Sabanda, a todo esto, sin enterarse de nada, ingenua, inocente y creyendo que era ella quien marcaba la pauta.

No sabía que en cuanto llegara el otoño y tuviera los dieciocho, estaba previsto que dejaría de ser doncella, para experimentar el amor completo en el aspecto físico.


IV


Si no fuera éste un relato sobre sexo con intención preparatoria de las buenas relaciones entre los jóvenes, tendría que plantarme por la intimidad de los aconteceres que le suceden, pero pensando en los que por diversas razones se hallen perdidos en los asuntos del sexo y el cariño, seguiré el camino iniciado y trazado con el fin de llegar con ellos a algún final y tratando de retomar el sendero si me perdiera.

Sabanda cumplió los dieciocho años y lo celebró invitando a los amigos a bocaditos de nata.

No se había dado cuenta de que sus quehaceres con Tadiu estaban ya bastante avanzados, siendo ambos ya diestros en el arte de provocar el clímax sexual en el otro, habiendo superado con éxito la fase de exploración y conocimiento de sus cuerpos.

Conocían los rincones y trucos propios y los del otro en un grado más que notable y todo ello, según diseño inteligente del creativo Tadiu y sin haber realizado aún un coito propiamente dicho.

Pero no estaba lejos el día en que escondidos en su refugio, cuando todavía el frío no había comenzado a arreciar y aún podían permitirse el lujo de caminar por la casa desnudos y descalzos sobre aquellas losas de cerámica pintada con procedimientos preindustriales, se levantó Sabanda de la blanca cama después de haber sentido un orgasmo más con el bueno de Tadiu y se dirigió al aseo, donde de pronto advirtió una gota de sangre en el suelo y otra muy roja y pequeña en el propio sanitario blanco.

Casualmente Tadiu estaba allí observándolo todo y Sabanda al sentirse descubierta sangrando, aunque fuera poco, se preocupó y miró a los ojos de Tadiu como un perrillo mira a su amo cuando no sabe muy bien qué toca hacer.

Pero él sabía perfectamente a qué era debido todo aquello, porque se había atrevido a introducir por muy poco tiempo una pequeña parte de su hermoso florete en el cuerpo de Sabanda y ella no había notado nada especialmente distinto de lo que había percibido en ocasiones anteriores.

- ¿Entonces, esto está ya abierto? pero si no has entrado.

Preguntó la inocentona.

Tadiu callaba preocupado y quitó hierro al asunto.

-Nada, esto no es nada, no te preocupes.

Por suerte Sabanda era muy poco aprehensiva y sí de natural llano para las cuestiones corporales, así que no dio más importancia al asunto y ni siquiera comentó la jugada, pues no había captado en firme la trascendencia del asunto aquel de la pérdida de la virginidad.

Más adelante hablando con las amigas del mito en cuestión, empezó a darse cuenta de que aquel día había sido su día.

- Pero yo no recuerdo que fuera aquel mi primer polvo.

-Es que tu querido Tadiu es muy fino y en lugar de arrasar con todo para adentro de una vez, lo hizo en varias tandas, para no hacerte daño.

Y Sabanda sintió un profundo agradecimiento hacia Tadiu, sobre todo en situaciones posteriores, donde tuvo que vérselas con el personal sanitario en embarazos y partos.


V


Ambos jóvenes siguieron su relación de amistad, conocimiento íntimo y juegos eróticos durante el invierno y para tener asegurado el cobijo del amor, viajaban en tren los fines de semana para refugiarse en la casa mágica donde sin darse cuenta aprendían los comportamientos de los adultos, sobre todo en lo que a responsabilidad y preocupación por el otro se refiere, al menos Sabanda que seguía siendo una cría casi huérfana y aprendía deprisa de su amante adulto.

Su amante adulto y que se comportaba como tal, era muy consciente del peligro que corrían de obtener como fruto de aquellas pesquisas eróticas un hermoso bebé que les hubiera hecho padres demasiado pronto y sobre todo que no era esperado por nadie ni venía a ninguna casa, porque ellos no la tenían, ni la querían, ni pensaban en ello, ni siquiera lo imaginaban.

Conocedor de los principales métodos anticonceptivos que podían permitirse dadas las circunstancias, hubo el gran Tadiu de descartar los hoy día imprescindibles condones, que no le gustaban, ni se podían comprar con facilidad en aquella sociedad que estaba todavía adormilada por los decenios de represión.

Tampoco pudo tener en cuenta como posibilidad los espermicidas, demasiado poco eficaces y que se vendían en el extranjero, ni la píldora, que necesitaba la receta de un ginecólogo varón casi siempre y la mayor parte de las veces, fascista y que no la expendería a una jovenzuela soltera por nada de este pícaro mundo donde se empezaban ya a atisbar los preludios de Sodoma y Gomorra.

La píldora del día siguiente, la RU, el DIU y el diafragma, estaban sin inventar, al menos en aquella España ni europea ni africana.

Haciendo las cuentas de Ogino, tenía la joven pareja casi más posibilidades de caer en una gestación, que entregándose al sexo totalmente desprovistos de metodologías.

El famoso doctor del ojo pequeño: No tuvo ojo clínico ese médico, no señor.

Tadiu, que practicaba el autocontrol desde muy pequeñito, decidió él sólo sin comentárselo a Sabanda que interrumpiría el acto en el momento en que sintiera acercarse la eyaculatio praecox que acostumbraba a experimentar, debido seguramente a su juventud y a la cantidad inmensa de testosterona que Natura había introducido en su cuerpo.

Si sumáramos sin más ambos factores, o sea, el coitus interruptus más la precocidad de Tadiu, nos encontraríamos con una Sabanda bailonga, superexcitada y anorgásmica que muy probablemente viera las estrellas por el dolor de abdomen que debería soportar en cada menstruación.

Las mujeres siempre lo tienen más difícil ¿Por qué será? Los creyentes no creo que sostengan que dios es misógino.

Pero sí, yo creo que sí, al menos el de la Biblia, que castigó duramente a Eva por meticona.

Supongamos que esto ocurrió efectivamente así o parecido, supongamos que Eva fue de verdad una meticona, entonces, sería probablemente lógico que dios, el que mandaba, castigase a Eva, pero a ella, no de paso a toda niña y mujer que pueda llegar a vivir sobre la tierra, mientras el planeta dure, digo yo.

Mas pensándolo bien, no creo que el problema venga de dios, ni de deus sive natura, sino de la maldita manía que tenemos los humanos para torcer lo acontecimientos naturales y revolverlos con las ideas, los conceptos y las metafísicas que tanto daño hacen.

Total, como la mujer tiene un alma de segunda, por qué va a tener orgasmos, que son el premio mejor que dios da a los varones, que se consideran a sí mismos y a veces son considerados como el máximo logro de la naturaleza en nuestro mundo.

No hay más que ver como las parejitas embarazadas se pirran en el mundo entero por conseguir que el bebé sea un hombrecito.

Contando la verdad acerca de la famosa pareja, Sabanda y Tadiu se las arreglaron para disfrutar de su sexualidad obviando los problemas ya expuestos.

Tadiu era praecox, qué le vamos a hacer y duraba dentro de su amiga menos que una salchicha en la boca de mi perrita, o sea, nada, bueno sí, un instante, o dos.

Instantes que Sabanda disfrutaba a más no poder, porque Tadiu estaba llamado a ser un buen amante cuando fuera mayor y de momento, su erección era tan potente, que dislocaba a Sabanda, quien durante esos dos instantes conseguía un grado de excitación, incluso mayor que la del propio Tadiu, quien saciado su apetito, se entregaba a concluir la faena de su pareja con las metodologías que habían ensayado durante todo el verano.

Sabanda siempre obtenía su premio y Tadiu consideraba que había cumplido y disfrutado.

Así que todos contentos.

No embarazo, no dolor y sí mucho placer, aunque se podía mejorar todavía bastante.


VI


No se sabe muy bien si el sereno metió el zapato debajo de la rueda o fue el hermano listo de Tadiu quien sin querer, pisó con la rueda de su coche el zapato del sereno, pero lo que sí os puedo contar es que al pobre le retiraron el permiso para conducir durante un tiempo y como era invierno y Tadiu y Sabanda no tenían refugio donde meterse para hacerse caricias, el hermano listo y bueno de Tadiu, le prestó el coche que para nada iba a usar durante ese tiempo, pensando que haría buen uso y disfrute de él, como desde luego así fue.

Tadiu y Sabanda estuvieron encantados dando vueltas por La Universitaria para buscar los huequitos donde podían posar su nidito y digo bien al nombrar los huecos, porque en caso de encontrar algo, no sería más que eso literalmente.

Las calles de aquella zona estudiantil totalmente vacías y faltas de luz por las noches, estaban ambientadas con aquellas hileras metálicas de carrocerías y faros apagados, pero con gente dentro: eran las parejas de jóvenes sin techo de aquella ciudad, que por miles iban aparcando ordenadamente sus coches, uno detrás del otro y así hasta perderse en la inmensidad de las rectas o en la sinuosidad de las curvas.

Sabanda se quedó helada: - ¿Pero Tadiu, esto que es? Dentro de un año la explosión demográfica va a ser para morirse y cuidado que nos llegue la onda expansiva.

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El romanticismo del campus con sus jardines y zonas verdes en una ciudad comidita por el asfalto y el cemento, se esfumó ante tal visión antimalthusiana de coches con gente dentro, haciendo como podían lo que más les apetecía, vaya usted a saber en qué posturas y con qué medios anticonceptivos y anti contagios venéreos.

- No quiero ni pensarlo, no quiero estar aquí, Tadiu.

No me gustaría llegar a ser un número más en las estadísticas del futuro, cuando hablen de los niños de éstos, o de los kilos de antibióticos que de pronto hubo que gastar en tal año como éste.

Prefiero que vayamos a otro sitio, aunque sea un poco más feo.

Y buscando, buscando, dieron con un descampado cerrado con una horrible valla de uralita gris.

Allí arrimaron el coche y como no se veía ni un alma y los grillos andaban a lo suyo cricreando, ellos dentro de su coche grande, nuevo y súper cómodo, estaban en la gloria, despreocupados y relajados, podrían charlar, besarse y acariciarse, pero nada más, porque el ingeniero o quizá su mujer, les tenía dicho, que no querían ni una manchita, por minúscula que fuera en el coche, que les prestaban con toda la buena fe.

Muy responsables ellos no dieron su ración al voyeur de turno, que los había detectado y había practicado un diminuto agujero en la uralita, justo en el sitio donde sabía que aparcaban cada noche.

Y como allí no había manera de comerse una rosca, con la estrecha aquella y el soso aquel, el voyeur salió zumbando pasando delante de las narices de la pareja en busca de un destino más divertido.

Tadiu puso muy mala cara, siempre se sentía responsable y sabía que el lugar no era seguro, así que decidió que había que aparcar donde no hubiese agujerito.

Y fueron y buscaron un lugar más recoleto, sin vallas de por medio, ni basura en los alrededores, algo adecuado a su finura y elegancia, hasta para los más oscuros secretos, hasta para todo aquello que ni se ve, ni se oye, ni se sabe.

El sitio era delicioso, habían tenido suerte y sólo un par de parejitas más lo habían descubierto.

Pero un guardia, compañero de aventuras del primer mirón, andaba por ahí haciendo de las suyas y se ve que mientras veía en la oscuridad dos cabezas erguidas y decentemente colocadas, hacía la vista gorda, aunque se besaran, pero en cuanto una de las dos cabezas desaparecía, se acercaba y enchufaba sin contemplaciones su potentísima linterna dentro del coche, para contemplar en directo la supuesta felatio o quien sabe si hasta un cunnilinguus porque aquellas chiquillas increíbles ya lo pedían todo de todo.

Pero Sabandita sólo había acurrucado su cabeza sobre los muslos de Tadiu, quien completamente vestido, le acariciaba el pelo.

El guardia contempló la estampa al tiempo que aterrorizaba a los jóvenes que lo miraban con pavor y ojos deslumbrados.

- Venga, marchaos de aquí ahora mismo.

Y ni siquiera les regañó.

El susto que se llevó Sabanda fue de los grandes, pero pronto tuvieron que devolver el coche a sus legítimos dueños, con pena, por el cariño que le habían tomado.

Sí, se compenetraban bien y nunca mejor dicho, teniendo en cuenta lo jóvenes e ignorantes que eran.

O quizá no lo eran tanto.

También se puede pensar que la mayor parte de los humanos se entregan a estas faenas amorosas, en forma bastante impulsiva.

Sin embargo,, aquí nos encontramos con dos que se lo meditaban con tranquilidad, sobre todo él o más bien su inteligente hermano, quien había deducido la fertilidad sobresaliente de Sabanda a partir de su historia familiar, donde los niños proliferaban como las flores en mayo.

Por lo que Tadiu manejaba el autocontrol, quieras o no.

Si a ello añadimos la conciencia plena de la pequeña Sabanda en cuanto a su futuro como madre, que no estaba dispuesta a comenzarlo en los próximos años, podemos dar por cierto que si Tadiu hubiera querido tener el más mínimo desliz permaneciendo dentro de su amiga, no habría podido, pues encontrándose en un momento de especial debilidad, Sabanda habría sido muy capaz de expulsarlo de sus entrañas con la fuerza de sus brazos y su voluntad férrea.

Esa seguridad a la hora de prevenir un embarazo, sólo puede darse en una pareja que conserva su racionalidad en todo momento.

Los muy enamorados, caen.

Los muy hormonados, por la edad o por cualquier otro factor de los muchos que interfieren en las cosas del amor y del sexo, caen.

Los muy apasionados, caen.

Los muy jóvenes, caen.

Todo el mundo cae si antes no se han decidido a poner en práctica las prevenciones oportunas.

Tadiu y Sabanda no se apasionaban, porque estaban estudiando, estaban aprendiendo y utilizaban el cerebro en todo momento, sin dejarse abandonar al azar, la suerte, el riesgo y la esperanza.

- No voy a tener yo tan mala suerte, piensan muchos jovenzuelos despistados.

Tan despistados que no tienen en cuenta las innumerables enfermedades de transmisión sexual que acompañan a una promiscuidad alocada y sin la debida protección del látex y las cremas espermicidas.

Sabanda y Tadiu eran jóvenes, pero sus despistes se producían en asuntos de índole muy diferente de todo esto que estamos tratando aquí.


VII


Tadiu realzaba con su poderosa creatividad la personalidad de Sabanda que como a casi todas las jovencitas de los años setenta, le faltaba algún hervor.

Se le ocurrió al chaval que podían entre todos los jovenzuelos de aquella urbanización serrana, limpiar y rehabilitar la antigua y abandonada casa de la maestra, que aunque no estaba en ruinas, no podía usarse para nada, pues nada funcionaba.

Los cuartos eran muy pequeños y la cocina y el baño estaban atascados con piedras y ladrillos.

Lo primero era limpiarlo, pintarlo y adecentarlo, para luego habilitar un centro social para la juventud.

Con su biblioteca, su filmoteca y su sala de reuniones o discoteca, y como el proyecto parecía tan formal, las autoridades no dudaron en ceder el usufructo a aquellos jóvenes animados a ensayar obras de teatro, filmar cortos de cine y cuantos proyectos socioculturales se plantearan.

Tadiu se puso a pintar los techos de blanco y Sabanda escudriñaba sus brazos musculados tendidos hacia arriba y sobresaliendo por fuera de una camiseta blanca y sin mangas que le daban un aspecto muy varonil.

-Pues mira tú si mola el Tadiuti, pensó en ese momento Sabanda, que estaba poco entusiasmada con el amigo que se había buscado, porque no era rubito y monín.

Sin embargo,, al verlo de jefe, se le empezaron a quitar los escrúpulos, porque ella valoraba como compañero un líder, un sabio, un hombre de mucha valía intelectual, para poder estar tranquila y sentirse suficientemente apoyada.

Si esto no era así, prefería mil veces estar sola.

Y la joven empezó a hacerse ilusiones.

Quizá a partir de ahora vería en Tadiu no tanto a un maestro, a un padre, a un jefe, a un líder que la engrandecía socialmente como consorte informal, sino al amante que era y sobre todo al amado, porque Sabandita en el fondo, deseando estaba amar de veras a su Tadiu y de igual forma, ser amada por él.

Amar y ser correspondida.

Eso no lo había experimentado nunca Sabanda, el amor de Romeo y Julieta, de Eloísa y Abelardo, de cualquier pareja perfectamente compenetrada en todos los aspectos del amor erótico y del amor pasional, ese que te atonta, que te seda, que te hace volar ligero, ese por el cual te abandonas y te dejas robar el corazón, ese por el cual lloras de alegría y te sientes el ser más feliz nacido de mujer, ese por cuya vivencia merece la pena ser traído a este mundo a cambio de trabajos y sufrimientos crueles a veces e innumerables.

Qué más quisiera Sabanda que estar enamorada del joven Tadiu, adorar sus miembros, su cabeza, su espalda, su olor, sus pensamientos, sus gestos y ademanes, su sonrisa, creer en la perfección de sus obras, en la belleza de sus palabras, en la inmensidad de sus virtudes y en la gracia de sus defectos.

No sentir repugnancia, sino placer por todo lo que pudiera provenir de su adorado cuerpo, ser capaz de tragarse todo lo que él a su disposición pusiera, de lamerlo sin extenuación como una perrita a su compañero, sentir la gran alegría del simple contacto, de la más pequeña de las caricias, el más minúsculo piropo y la cobertura, la seguridad, el apoyo incondicional que la pobre nunca había disfrutado.

Y en su imaginación desbordante a ella le hubiera gustado sentirse traspasada por una mirada de ojos negros.

Le hubiera encantado bucear en la cabeza por detrás de esos ojos, para encontrarse con lo que ella más amaba: La inteligencia, el pensamiento, los sentimientos y emociones de aquel que con tanta fuerza intelectual la había penetrado al observarla.

Sabanda hubiera deseado reconocer la autoridad y sabiduría de aquel hombre, porque no buscaba tanto un cuerpo como aquello que siempre le había faltado: un modelo, un otro para poder intercambiar, compartir sus más recónditos deseos, sus ilusiones.

Le hubiese gustado jugar al amor, mandar y recibir ese-eme-eses que le llenaran los días con humor, con alegría, hubiera cambiado cada uno de esos por una joya, por un vestido o por algunos de los orgasmos de los que Tadiu le proporcionaba y no es que ella despreciara los placeres de la carne, pero los veía tan fácilmente suyos que aspiraba a lo más excelso a lo nunca alcanzado, al amor, al cariño de quien de aquella forma le había clavado el arpón de cupido en todo el medio de su corazón y de todos sus sentidos.

Siempre le pasaba a la pobre Sabanda que cuando se enamoraba con todas las letras y esto no le ocurría a menudo precisamente, por una razón u otra, el elegido no respondía.

Y los que respondían de buena gana, no acababan de enamorarla.

A aquella niña no le gustaba mortificarse con amores imposibles, pero algo hay de doloroso cuando uno se enreda entre las gasas de cupido, algo hay de sufrimiento por el ser amado, por su estado, por no poder decir lo que verdaderamente se siente, por el miedo de perder su compañía, el temor de no volver a verlo, por no poder estar acurrucado en sus brazos al menos en los momentos de mayor flaqueza que a veces nos trae esta vida terrenal.

Sabanda con su cuadrilla reclutada en el momento, se subió con el Vim en la mano al baño que estaba totalmente inutilizado por el cemento y los ladrillos que habían introducido hasta las cañerías.

- Esto no hay que limpiarlo, esto hay que arreglarlo y tendrá que ser un fontanero y un albañil.

Con el Vim y el clorex no podemos hacer nada.

Lo mismo pasó con los cuartos, cuyos tabiques deberían ser tirados para construir una estancia suficientemente grande para que toda aquella pandilla, pudiera reunirse allí.

Eran demasiadas dificultades y se necesitaba mucho dinero para aquella soñada rehabilitación.

Tadiu que no encontraba mano de obra desinteresada y eficaz entre todos aquellos pijines, se dio cuenta de lo exagerado de su plan y olvidó los trastos de pintura en un santiamén.

Pero dinero sí que había que sacar con una tómbola que se organizaría en el Café España.

Luego ese dinero iría para la obra de teatro y el corto en superocho que Tadiu pensaba dirigir, además de para un campamento de convivencia que pensaba montar en un paraje precioso, detrás de Santa Corina, donde los mayores podrían hacer guardias por parejas, casualmente mixtas y también oportunamente seleccionadas.

La tómbola fue todo un éxito.

Durante los preparativos, Tadiu se aproximó al están que estaba montando Sabanda y en un tris tras, ideó una construcción piramidal a base de botes de hojalata, seguramente recogidos en cualquier vertedero y que debían de ser derribados por el jugador con unas bolsitas de tela, rellenas de serrín, previamente confeccionadas por la madre de Tadiu.

El jugador recibiría su premio si conseguía derribar la pirámide con tres de aquellos saquitos.

Si así era, se marchaba tan contento con unas golosinas que Sabanda administraba sin excederse en generosidad.

Y allí se quedó Sabanda con sus botes, sus golosinas y su caja recaudadora, cuando la fiesta empezó a animarse y la gente menuda y mayor empezó a desfilar por los diferentes puestecitos que ofrecían atracciones de todas clases.

El puesto de Sabanda empezó de pronto a tener cola, que la chiquilla despachaba con diligencia y los familiares de aquellos jóvenes y demás gente mayorcísima de la colonia, miraban desde las terrazas arboladas del Café, en cuya pista de baile, como en un albero, se desarrollaban las actividades y juegos.

Todos trabajaron mucho y bien y Sabanda recibió felicitaciones de los adultos allegados que le habían visto funcionar sin desmayo y con éxito, lo cual para ella fue algo nuevo, pues no había recibido parabienes casi nunca en su pequeña y ramplona vida.

Ya empezado el curso salía Sabanda de su Facultad de Letras, cuando se vio abordada por un presunto amigo de Tadiu.

Rubio y rizoso, con ojos azules, buena ropa y mejor percha, había estado algunos días observando los trabajos cinematográficos de Tadiu para realizar el corto en superocho junto a su chica y toda la peña.

En un lugar bello, cercano a sus casas de veraneo, donde un antiguo palacete, se caía a pedazos a causa del abandono y donde la vía del tren jugaba un papel estético de primera importancia.

Tadiu había convencido a una niña de la pandilla, bailarina pequeña y rubia, para ser la protagonista en movimiento continuo de aquel corto y había pedido prestado el osito que Sabanda regalara por el cumpleaños a su hermana.

Lo quería para ponerlo encima de uno de los raíles y simular de este modo el inminente arrollamiento del muñeco por la enorme máquina, que con sus pitidos no conseguiría despertar a la víctima sorda, muda y sin llanto.

El llanto sería suplido por la bailarina que sin música se movía acompasada y representaba una niña pequeña, solitaria y apegada a su peluche como quien se agarra a una suave mantita para sentirse mejor.

¿Una alegoría de Sabanda? Sabanda no tenía papel alguno en aquel corto y ayudaba a Tadiu en lo que podía que no era sino una suerte de apoyo moral y para ella era mucho decir.

Tadiu mandaba y daba órdenes y ella permanecía a la sombra sin inmutarse por ello nada en absoluto, mientras que el rubio rizoso junto con sus amigos artistas, contemplaba la escena inventada del rodaje y la escena verídica de aquella pareja de amantes, donde él inundaba toda la realidad y ella, sin embargo, era tan poquita cosa que no se notaba su presencia, era como transparente.

Pero muy transparente no debía ser, cuando el rizos se acercó a la salida de la facultad expresamente para hacerse el encontradizo con Sabanda, pues seguramente se le había antojado la niña, sobre todo porque era la chica del director y le daba morbo quitársela.

- ¡Anda! hola, tú estabas en el rodaje de Tadiu ¿No? - Sí bueno, salimos juntos - ¿Hacia dónde vas? - Hacia Cuatro Caminos -¿No vas a Moncloa? - No, me voy a casa - Pues si quieres te llevo, yo he traído coche Subieron en un dos caballos nuevecito y él, viendo que tenía poco tiempo, decidió atacar por donde más duele a una niña de dieciocho, universitaria y se supone que liberada: - El otro día estuve fijándome en ti y la relación que mantienes con Tadiu y me pareciste una chica estereotipada.

En ese preciso instante Sabanda no reconocía el significado de aquel "palabro".

Pero su fuerte intuición le hizo recordar asociados, otros dos que había escuchado a su profesor de Filosofía y como sabía que a fin de cuentas lo que le estaba diciendo el rizos se aproximaba bastante a que era una sosa o una chica sin personalidad, ella, dolida le contestó: - Pues tú a mí me pareces arquetípico y paradigmático.

Qué milagro de propiedad en el hablar.

El chico se quedó perplejo, porque iba atacando y recibió no una, sino dos y más fuertes, porque las palabras de Sabanda, aplicadas por casualidad con todo rigor, no eran un simple vocablo aprendido con pedantería para ser utilizado en una situación provocada, como había hecho el esaborío guapín, sino palabras científicas, pronunciadas en el momento justo y con la intensidad justa de una situación inesperada.

El chico no entendía tampoco suficientemente el significado de aquellos dos nuevos entes verbales, pero reconoció la doble bofetada y advirtió a las claras la fuerza con la que atizaba la presunta presa inocente.

Sin dar tiempo a Sabanda a pensarse si le apetecía un rubio, se despidió de la chica y no volvió a buscarla, abochornado y mohíno.

- Cómo vienen las chicas ahora, ¡Madre mía!


VIII


Esta historia de amor que os cuento pudo seguir su rumbo de forma natural, sin sobresaltos, sin disgustos especiales ni viajes relámpago o bodas relámpago, sin buscar piso como quien busca el aire para poder respirar.

Fueron dos años cruciales para ambas personitas, tan tiernas.

Fueron vitales, porque lo que habían aprendido juntos no se aprende en universidad ni escuela alguna y porque quiso la suerte y el empeño que ambos pusieron, que todo saliera a pedir de boca y labios, que ambos crecieran como individuos y como pareja, aunque ésta fuera fortuita, como narcisos, como un hombre y una mujer que sin haber amado, habían aprendido a hacerlo mejor que antes, dos jóvenes templados y ardientes y también fríos y hasta gélidos, dos almas vitales, palpitantes que se dejaron influir no en exceso por los convencionalismos de la época y que al concluir sus quehaceres y tareas de aprendizaje no persistieron en la amistad, pero cuyos cerebros seguro, seguro que siguen muy cerca el uno del otro, recordando y recordándose sin dolor y con dulzura.

Tadiu empezó a querer distanciarse de Sabanda cuando acostarse con ella no era ya el objetivo primero de su existencia, cuando lo hubo conseguido y repetido hasta saciarse y cuando descubrió que con aquella niña no podría seguir hacia delante en sus travesuras y experiencias eróticas, más propias de la mujer adulta o de las profesionales, cuando Sabanda se le había quedado pequeña para sus expectativas de hombretón rebosante de testosterona.

Él comprendió que no se le podía exigir a Sabanda que experimentara con ciertas variantes del sexo que ella ni imaginaba, ni podía de momento ensayar, pues su repulsa o su rechazo hubiera sido categórico, no por nada relacionado con la moral, sino por la sana repugnancia que a todo niño le provocan determinadas prácticas más de mayores y a las que su novio amigo empezaba a querer aspirar.

Tadiu probó las reacciones de Sabanda ante determinados estímulos orales y vio lo lejos que aquella joven estaba todavía de poder hacerse cargo.

Aquello ya no le interesaba, había que pasar a otro nivel y no era con ella con quien iba a lograrlo.

Le dijo: - Sabanda, no estoy enamorado de ti Sabanda se quedó muy triste y se enfadó porque en aquella relación no había habido enamoramiento por parte de nadie y por eso precisamente, no era necesario recordarlo, sólo en caso de querer fastidiar o en caso de querer cortar directamente.

Pero Tadiu no quería romper con su amiga ya mismo, quería ponerla sobre aviso de que no se hiciera ilusiones ni mucho menos y que ella ya no era su principal punto de mira, que ahora quería dedicarse a otras labores, a atender discapacitados gracias a una organización muy desorganizada, con pocos medios y menos voluntarios.

Se trataba de sacar de paseo los fines de semana a algunos discapacitados confinados a un rincón de su casa, sentaditos en su silla de ruedas.

Tadiu y sus compañeros filántropos iban con una furgoneta de la Cruz Roja y los recogían en casa para llevárselos al parque durante unas horas.

Sabanda suponía que para aquellos infelices esta ayuda era un tesoro, pero lo cierto fue que por culpa de esta belleza en las actitudes y el corazón del dulce Tadiu, Sabanda se quedó sin sus fines de semana en la sierra, respirando el aire purísimo y el aroma de aquellos pinos, de aquellas jaras, enebros, encinas y chaparros, aquellas sensaciones que daban felicidad, aquel fresquito serrano que en realidad era frío bajo cero, aquel calor de la chimenea, el color rojizo de los cuerpos jóvenes desnudos en los que se reflejaban las llamas del fuego, el olor de los fluidos, el precioso sonido de la voz de su amante al susurrar cualquier cosa, el gran placer de los orgasmos, el sabor de los bocadillos de queso manchego semicurado a la salida y el traqueteo del tren de vuelta a la capital.

Aquello era mucho perder a cambio de nada.

Ya no saludaría a los ancianos padres de Tadiu con la mayor amabilidad posible, pues ellos estaban ilusionados con Sabandita, decían: - Mira la niña, qué mona es.

Ya no discutiría en términos de filosofía todavía muy barata con su cuñado el listo, que por el sólo hecho de verla enfurruñada defendiendo las humanidades en contra de las ciencias exactas, seguía su conversación muerto de la risa por dentro al comprobar la ingenuidad e ignorancia de su cuñadita.

Ya no iría a la grupa, como un paquete en aquellos placenteros paseos en moto, artefacto del que se conocía todos los múltiples sonidos que incorporaba a los también múltiples sonidos de la voz de Tadiu Tadiu plantó una tarde a Sabanda porque no le dejaba tiempo para sus múltiples actividades, ella se tragó el sapo y a los pocos días tenía varios pretendientes tras de sí.

Tadiu volvió al poco, con cara de no haber roto un plato, a la biblioteca de letras, donde Sabanda se aplicaba estudiando.

Se la llevó en su moto a un paraje arbolado y sin gente y allí dio rienda suelta con la chica a su actividad preferida, porque había intentado ligar con aquella otra niña, que ahora le chiflaba, pero no había podido conseguir nada.

Y de esta forma hacían las paces y reanudaban parte de sus quehaceres amorosos, sin los que a Tadiu le resultaba muy difícil la vida.

Y no le vino mal a Sabanda esta última etapa de sus amores, porque ella había aprovechado su tiempo sobrante, el que antes dedicaba a su chico, para aprender a manejar los coches y había conseguido el permiso de conducir, pero como de conducir no tenía ni idea, el cochecito que su papi le había comprado, lo llevaba siempre Tadiu, hasta que pronto los dos se miraron y decidieron que la piloto sería ella y él el copiloto.

Tadiu enseñó a Sabanda a moverse por la ciudad con gran soltura y de paso pudieron volver a las andadas en la búsqueda de recovecos donde erotizarse.

Él lo llevaba con muchísima paciencia y autoridad, hubiera sido un gran profesor si hubiese querido y se animaba pensando que al final de la jornada Sabanda lo llevaría a su casa que estaba bastante lejos.

Un día, cuando la historia de Tadiu y Sabanda estaba dando sus últimos coletazos, él llegó tarde junto a su hermano que conducía el coche del amor.

- Oye, si vas a hacerme esperar hasta las tantas y si los Sábados no puedes salir conmigo, por tus andanzas con los discapacitados sensoriales y si no quieres compartir conmigo estas andanzas y no estás enamorado de mí.

Si me vas a tener sólo para cuando se presente un apretón, va a ser mejor que quede con algún otro chico o con una amiga, porque no voy a estar aquí esperando que las hormonas pujen con más fuerza que todas tus actividades.

Señor polifacético.

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.


IX Así andaban los amores y desamores de la pareja.

Tadiu siempre había pensado que por ser varón, por ser mayor y a todas luces más listo y espabilado podía manipular con facilidad a Sabanda y por tanto, llevar las riendas y el control de los aconteceres entre ambos.

Pero Sabanda que aunque pensaba bastante poco, sin embargo, sentía mucho, sufría con todos aquellos vaivenes y empezó a desear un amor romántico en el que su amante estuviera a disposición de sus deseos con un solo gesto de sus ojos, de sus labios o con un ademán de sus manos.

Y al poco tiempo, cuando Tadiu la plantaba por enésima vez, ella dijo: - Está bien, pero no vengas más a buscarme porque yo me largo lejos una temporadita.

Mientras tanto intenta tirarte a esa niña de la que tan enamorado estás.

No había odio en las palabras de Sabanda que demasiado bien sabía que se habían toqueteado y manipulado más o menos por igual.

El día que Sabanda partía hacia otras latitudes, Tadiu la llamó por ver si quería ser transportada en la moto para tomar el tren y ella encantada lo recibió en su cuarto, en su casa, donde sólo una asistenta se encontraba de guardia.

Los amantes volaron hacia el cuarto de ella, empujados por un deseo irrefrenable de Tadiu quien se dejó llevar por las negras profundidades de sus instintos más primitivos, terminando la tarea en cuestión de segundos.

No satisfizo el natural deseo de Sabanda por miedo a ser descubierto por la fámula y ordenó imperativo salir zumbando con los bártulos hacia la estación.

Sabandita, pasmada, no reaccionaba y no tuvo reflejos ni imaginación suficiente para aliviar su deseo durante el viaje, ni siquiera se quejó un poco.

Así que se marchó como aquel la había dejado y a los quince días tuvo que sufrir los dolores intensísimos de su primer parto, falso pero igualmente doloroso, por la congestión pelviana que no había sido rebajada conveniente y placenteramente en el momento adecuado.

Y mientras ella estudiaba las asignaturas suspendidas en junio por no haberlas trabajado en su momento, él le echaba el capote a su bella, nueva amada, quien tomaba carrerilla para lanzarse a los brazos de otro, dejando a Tadiu a expensas de su autosatisfacción.

Qué le vamos a hacer.

Sabanda escribió una carta a su amiguísimo y todos los días de aquel verano esperaba en vano la respuesta del perezoso, inútil, desagradecido y querido Tadiu, quien, a pesar de encontrarse a escasos metros, no vino a buscarla a la estación cuando ella volvió viajera a la sierra.

Sabanda había aprendido de una vez la lección y había elegido de entre sus pretendientes a quien más la amaba y empezó a salir con él de charla y quizá algo más.

Cuando Tadiu se enteró del nuevo affaire de su ex novia, llamó por teléfono y dijo: - Oye, que no voy a permitir que te vayas con otro estando conmigo, así que elige, ese o yo.

- Pues me parece que va a ser ese Y Tadiu tuvo que contentarse a partir de entonces con mirar de vez en cuando la foto de Sabanda para pensar qué guapa, qué pena.


Ferina Cerilla siglo XXI